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He empezado a llevar Lirio a las tiendas a las que tengo acceso y voy a hacer una lista para que sepáis dónde podéis pillarlo. AVISO: Só...

domingo, 28 de noviembre de 2010

El búnker 4

Una silla suicida cruzó la estancia, tropezó contra la alfombra de la salita improvisada en mitad del búnker y se volcó junto con su piloto.
-¡Yahoo!
Rachelmon levantó la cabeza al escuchar el golpe, puso cara de que le había dolido más a ella y dejó de prestarle atención al ordenador portátil unos segundos.
-Te vas a hacer daño.
-Qué va –Cirkadia se levantó del suelo, recogió la silla de rueditas y la arrastró de vuelta al escritorio-. Decimosegundo capítulo terminado –anunció sentándose y subiendo las piernas a la mesa-. Más de trece mil palabras.
-Me alegro, pero no entiendo porqué…
La loca suicida le interrumpió dando un zapatazo a borde del escritorio y propulsarse hacia atrás. El batacazo se repitió al tropezar con la alfombra.
-¡Ennya! –exclamó al golpear contra el suelo.
-Haces eso –terminó Rachelmon-. Maldita masoca, que te vas a hacer daño y no vas a poder seguir escribiendo.
-Ahora toca revisar el quinto capítulo, jijiji –continuó la otra sin hacerle caso y como si entre medias no hubiera tenido un accidente de tráfico-. Y después el decimotercer capítulo –añadió con una sonrisa desquiciada devolviendo la silla a su sitio-. Jijijijiji –se apoyó en la mesa y, quién sabe cómo, sus gafas reflejaron la luz de la pantalla del ordenador (pese a ser antirreflejantes).
-Tendrías que tomarte un descanso –le recomendó su amiga.
-Claro, claro… -murmuró bajito-. ¿Y quién pasa esto? –exclamó soltándole un manotazo a un cuaderno abierto-. ¿Los enanitos? Noooooo. ¿Y sabes por qué?
-¿Por qué… tienen los dedos gordos y no pueden teclear? –probó, un tanto inquieta por la mirada loca de Cirkadia.
-¡No! Porque no saben lo que hay que cambiar y mejorar –añadió crispando las manos de tal forma que parecía que se le iban a saltar los tendones-. Soooolo lo sé yo –dejó caer la cabeza hacia atrás y se quedó como muerta unos segundos-. ¿Sabes lo que le falta al búnker? –preguntó de repente contorsionándose de una forma muy rara para mirarla.
-¿Una piscina olímpica climatizada que hace burbujitas?
-¡Cómo puedes decirme esa gilipollez! Si eso está ahí detrás –señaló la puerta junto al arsenal-. No es eso no… -se balanceó a los lados.
-Pues… no sé…
-¡Sol! ¡No tiene sol! Muajajaja –se impulsó lentamente con la silla-. No me gusta tomar el sol –negó con la cabeza-, soy como una vampiresa… -susurró muy bajito- pero no lo soy ¡y necesito sintetizar vitamina D! –aporreó el respaldo.
-Aaah… -de reojo buscó un lugar donde ponerse a salvo de aquella loca-. Tendrías que salir a tomar el aire.
Las carcajadas desquiciadas, agudas y cambiantes tronaron en todo el búnker. Cirkadia se deslizó hasta el panel de mandos, golpeó un botón sin demasiada delicadeza y gritó por megafonía:
-¡Rachelmon dice que tengo que descansar y que salga a tomar el aire! ¡¿Qué hago?!
Los combatientes se detuvieron un segundo para expresar sus opiniones.
-¡Sal! –exigieron unos, ansiosos.
-¡Sigue trabajando! –le gritaron otros, sacando uñas.
Las discrepancias hicieron que siguieran pegándose.
-Si salgo… -se acercó al micrófono hasta casi comérselo- os torturaré, panda de chalados. ¡¡¡Jiajaiajiajiajaijijaijujajiajiajuajuajiaijaujaiajia!!!
La chica acabó tirada en el suelo, retorciéndose de la risa psicópata, con más convulsiones que la niña del exorcista.
-Eh… Cirkadia… eh… -trató de llamar su atención haciendo señales de avión con los brazos-, hay una pantalla que pita. Eh, Cirkadia, ¿me escuchas?
-Jjijijijijujujujajajajaja… ¿Qué coño quieres? –preguntó repentinamente seria, con voz más ronca.
-Que hay una pantalla que pita –le señaló una en concreto.
-Oh… -se levantó lentamente, como si hubiera recuperado la cordura-, parece que “algo” se acerca a toda velocidad… -caminó hasta su katana-. Tendré que cargármelo –ronroneó con sadismo adelantado desenfundándola con mirada lasciva.
-Eh… hay pone que es Violet-kill.
-Oh, mierda –refunfuñó como una cría malcriada-, ya no puedo… -regresó al panel de mandos y pulsó otro botón-. ¿Abue, me escuchas? ¿Te has puesto el pinganillo?
-Aquí tú Generala –respondió la por los altavoces-. En seguida estoy allí, déjame que cruce todo el campo de batalla.
Cirkadia la buscó en los monitores y la encontró saltando de uno a otro, provocando salpicones de sangre con sus puñales al drenar a todos los que se encontraba por el camino.
-Te veo enérgica –comentó enfundando el arma, decepcionada.
-Dispuesta para la batalla. ¡Morid, nenazas!
Rachelmon negaba para sí misma ante semejante espectáculo.
-A ver cómo te las arreglas para abrirme la puerta sin que se cuele ninguno de estos cabrones –añadió Violet-kill, mínimamente sofocada por la carrera.
-Joder, a ver cómo me las apaño… porque ahí fuera están esperando… Tienes máscara de gas, ¿verdad?
-Sí. ¡Muérete capullo! Si me pasas unos puñales yo te ayudo en la puerta.
-De acuerdo, dame un momento… Por cierto, abue, no te cargues a mis lectores.
-Si son buenos lectores no serán tan blandos, esto es carnaza de quinceañeras pijas. ¡Aaaaaarrrrggghhh, fuera de mi vista!
-¿Cómo coño se me habrán colado en el campo de batalla? –se preguntó caminando hacia el arsenal, necesitaba un arma rápida, preferiblemente para atacar a larga distancia y tenía claro cuál era su preferida.
Un minuto más tarde estaba frente a la puerta de acero titanizado, cincel en mano para quitar la soldadura.
-Si alguien entra que no seamos nosotras dos, atácale –le ordenó a Rachelmon-. Y si trata de acercarse al escritorio, mátale –añadió colocándose la máscara de gas y las gafas de aviador.
Se echó la ristra de puñales al hombro, mientras en una mano sostenía una ballesta-revólver sacada de la película de van Helsing, en la otra un bote parecido a una lata de refrescos y la katana a la espalda por si acaso.
Levantó la puerta, desactivó los láseres corta-personas y entró en el pasillo, cerrando la puerta tras de sí.  Caminó hacia el exterior mientras abría una lata de la que surgió un humo blanco que en seguida se extendió por toda la estancia. Eliminó la soldadura de la segunda puerta, sacó una pequeña pantalla donde podía seguir las grabaciones de las cámaras. Violet trepaba por el escarpado precipicio usando los puñales como anclajes, trepando a una velocidad sobrehumana.
“Y el que me vendió esto decía que nadie estaba tan loco como para subir” se dijo metiendo la clave para desbloquear la puerta.
Surgió del búnker rodeada de una niebla biocida  y disparando flechas de acero a todo lo que se moviera justo en el momento en el que Violet-kill alcanzaba el borde, surgiendo como un zombi asesino y con muy mala leche.
-¡Abue! –le lanzó la ristra de puñales.
Ella los cazó al vuelo, dio un giró sobre sí misma y lanzó seis de ellos acertándole en el pecho a varias personas.
-¡Mueve el culo! –le gritó a través de la máscara, controlando que nadie se acercara.
En unos segundos estaban en el pasillo, inmersas en la fumata blanca (Habemus papa!) y esperando a que la puerta se cerrara, pero un misil iba directo a ellas.
-Ay que joderse –refunfuñó Violet-kill, como cuando uno se quiere montar en el ascensor dejando al vecino pesado en tierra pero la puerta no se cierra con la suficiente rapidez.
Cirkadia le quitó la anilla a una granada, dispuesta a hacer un lanzamiento y reventar el proyectil antes de que llegara, pero cuando estaba a punto de hacerlo un maniquí (o quizás fuera un ser vivo) fue lanzado contra el misil, haciéndolo reventar a pocos metros de ellas.
-¡Yo os cubro! –gritó DKusa con la ropa hecha girones a causa de un bazokazo que le habían soltado antes en las narices, mientras el portón bajaba por la mitad al fin.
-Ah… -la chica miró la granada, decepcionada de nuevo, y la lanzó fuera-. ¡Un regalito!
La plancha de metal bajó y al otro lado se escuchó un explosión apagada por los tres palmos de acero titanizado. Sacó el soplete dispuesta a volver a soldarla a la pared.
-No, si ahora voy a salir –le advirtió Violet-kill.
-¡No fastidies! ¿Y para qué te he dejado entrar?
-Pues para que te salude –respondió un poco ofendida-. Y para cogerte algo del arsenal, que seguro que tienes cosas muy interesantes –añadió con malicia.
-Ah, vale… -aceptó, pero pensar en volver a repetir la operación de abrir las puertas…- Cerciorémonos que no se ha colado nada.
Buscaron a conciencia entre la niebla cualquier objeto o ser que no debiera estar allí.  Por suerte para el hipotético intruso, no encontraron nada.
-Por cierto, ¿qué es esto? –preguntó Violet-kill haciendo un gesto para abarcar la niebla mientras la puerta interior se levantaba lo justo para dejarlas pasar rodando.
-Niebla biocida –respondió Cirkadia reptando para entrar en el búnker-. Se carga todo tipo de bacterias y hongos, y se come a los virus. Supongo que es malísimo para la piel.
Se apresuraron a bajar la plancha de acero para que no entrara demasiada de aquella densa niebla. Se quitaron las máscaras de gas y se dieron un abrazo. Allí sin humo de por medio, pudo apreciar bien el atuendo de combate de su amiga recién llegada. Pantalones negros por dentro de unas botas altas con cordones y tacón de acero manchado de sangre, camisa blanca con el cuello y los puños salpicados de rojo también, bajo una ajustada chaqueta negra y con una corbata del mismo color bien puesta en su sitio. Cirkadia puso mala cara al ver la banda que llevaba en torno al brazo izquierdo, entornó los ojos y sin remilgos se la arrancó.
-¡Eh!
-Maldita sea, abue, no lleves estas cosas. Ponte la banda de Redención, anda.
-¡No, no quiero!
-A mí no me metas en líos por llevar esos símbolos, toma la de Redención.
-¡No te voy a meter en líos! –se quejó Violet-kill.
-¡Que te pongas la de Redención! Mira, si además es morada, muy bonita.
Se enzarzaron en una pelea cuerpo a cuerpo hasta que la segunda cedió y se dejó cambiar de banda.
-¡Pero ya estás dándome buenas armas! –exigió.
Cirkadia asintió, mirando con malos ojos el sobrero de plato que llevaba su amiga y murmuró un “estás enferma” mientras se encaminaba al arsenal. Rachelmon había observado la escena desde su butaca con ojos de peluche adorable.
-¡¿Qué quieres que te dé, meine General?! –preguntó entre gritos desde la armería.
-Deja que mire qué tienes –le siguió los pasos.
Violet-kill clavó en una de las cajas de madera repletas juguetes letales las dos armas que llevaba: un cuchillo de asalto de hoja ancha y aserrada en algunas zonas para una mano, y un estilete largo y fino para la otra. Cirkadia se mordió la lengua para no comentar nada respecto al segundo, al fin y al cabo se lo habían regalado ellos, pero le costaba dejar a un lado el qué dirán.
La recién llegada se cargó de puñales por todo el cuerpo, tobillos, muslos, en torno a la cintura y los brazos, a la espalda llevaba un par de dagas más largas y sus manos recuperaron las armas que traían.
-¿Puedes salir por el conducto de ventilación? –propuso Cirkadia.
-¡¿Cómo?!
-Es para no volver a abrir las puertas y que se nos cuele el humo asesino –se justificó golpeando la punta de los dedos índices entre sí-. En el conducto hay unos agradables bichitos, para que no se me cuele nada por ahí, pero por ser aliada no te harán nada, lo prometo.
Violet-kill puso mala cara y parecía que iba a quejarse cuando sonó un móvil.
-¿Ismael? –se preguntó Cirkadia al ver su nombre en la pantallita-. ¿Será para regodearse de haberme infectado de algún virus incurable? –descolgó y se lo llevó a la oreja-. Tú no me advertirías de que he pillado el ébola, ¿verdad? –dijo a modo de saludo.

1 comentario:

  1. "Maldita sea, abue, no lleves estas cosas. Ponte la banda de Redención, anda." xD

    Me gusta como va quedando esto si señor jojo, ¿Cuánto tiempo aguantarán las puertas de tu bunker? jeje

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